miércoles, junio 18, 2008

Silencio germano


Apenas llegué a Berlín, en el aeropuerto, me senté en un sillón a esperar que lleguen a buscarme. En esos momentos al pedo, pensé: "Al margen del idioma, qué otras cosas me indican que estoy en Alemania". Y comencé a mirar a mi alrededor. Y vi una escena que demostró que la frialdad alemana está lejos de ser un mito.

Puerta 2 del aeropuerto de Schönefeld. Un chico de unos 25 años espera a alguien. Ese alguien aparece. Es su padre. El hombre deja la valija y se para a una distancia de medio metro de su hijo. Estira el brazo, le da la mano derecha y con la izquierda palmea dos veces el hombro de su hijo. Fin del encuentro.

Otro día, arriba del tren (foto), el silencio se vuelve espeso, molesto. En una parada, alcanza la perfección; la gente no hace otra cosa que viajar, trasladar un cuerpo de un lado al otro. Nadie lee, nadie escucha música y muchos miran al frente o al horizonte por la ventanilla.

Sólo hay una mina más o menos linda que hace algo: toma un helado de McDonald's. Lo está acabando. Y con la cuchara rescata los restos de chocolate del fondo del vaso. Lo hace en silencio, cuidando no hacer ruido al raspar el plástico.

Con Juanjo, mi amigo y compañero de viaje, nos miramos y, sin romper el mutismo, movemos la boca diciendo: "Ta loco el silencio, vieja".

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