Sobradas expectativas

Con mi amiga Belén estábamos hablando de las frases hechas de algunas notas. Así, surgió la de sobradas expectativas. Mientras empujábamos un guiso de arroz -ella tiende a guisear todo aunque haga 40 grados-, nos preguntamos acerca de la corrección de la expresión. Es decir, si las expectativas podrían ser sobradas. Discutimos un rato largo.

Yo decía que, correcta o incorrecta, era una frase espantosa, que nunca usaría para una crónica, menos aún para una carta de amor. Ella, terca, insistía en saber si era correcta o no. E insistía en que era inexacta. Yo decía que, aunque fea, estaba bien usada.

Como tengo una obsesión importante, busqué mi teléfono favorito para estas cosas: 4802-3814. Es el de la Academia Argentina de Letras. Uno marca ahí y pulsa el interno 4. Y sucede algo maravilloso. Atiende alguien dispuesto a contestar todas las dudas idiomáticas que uno tenga, por más pelotuda que sean.

Cuando le pregunté lo de las sobradas expectativas, me dijo: "Esperá, que tengo un muy buen diccionario de dudas para eso". Se fue. Regresó a los cinco minutos, con una explicación que no podría ser más acertada.

"Es una expresión consagrada por el uso. Ahora bien, decir que algo es sobrado es decir que es demasiado, que sobra. No podría decir que la expresión sea una aberración lingüística, pero sí te diría que es levemente incorrecta. ¿Por qué, con las palabras, vamos a ponerle límites a las expectativas? ¿Quién es uno para decir que son sobradas si uno puede tener esperanzas infinitas? Yo no usaría la expresión en un texto".

Aplausos de pie para el señor de la academia. Y para la Belén, que tenía razón. Odio darle la razón, pero la tenía.

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