El relojero y la crónica

Hoy fui a una relojería. Era un local perdido en una galería ídem de la calle Florida. El relojero estaba solo; leía el deportivo de Clarín. Pensé que debía cambiar la pila, pero sólo era cuestión de limpiar el mecanismo.
El tipo agarró unas pinzas muy pequeñas. Abrió el reloj con un silencio ceremonial, de cirujano. Hizo gestos firmes pero delicados, precisos. Sopló el reloj, lo limpió y revisó. Y comenzó a andar. No me quiso cobrar nada. Me resultó inquietante ese tipo, rodeado de paredes con agujas histéricas, otras tranquilas y muchas muertas. Alguien rodeado de relojes, pero con todo el tiempo del mundo.
Minutos después, fui a una entrevista de trabajo. Pensé que, quizás, escribir una buena crónica periodística tiene algo del trabajo de ese relojero. Hay que avanzar a paso firme, ser preciso, ser delicado, ser pulcro, ser obsesivo... El resultado no sería ya un reloj funcionando: saldrá una nota bien hecha, que se lea de un tirón, sin respirar, sin que el tiempo transcurra. Un cross a la mandíbula, como decía el cabrón de Arlt.
3 Comments:
Sin que el tiempo transcurra... como el del relojero, a pesar de que está rodeado de relojes. Me encantó, Diego.
Siempre he querido ser relojera y puedo pasar horas mirando arreglar un reloj. Del oficio me encanta justamente lo que destacás, la precisión, la obsesión y lo delicado de la labor. Está buena la comparación con la escritura creo que es tal cual lo describís, sin embargo a pesar de que escribo todo el tiempo siento que soy una relojera muy muy frustrada. Un abrazo.
Gracias Lore y Maby por los comentarios. Besos
Diego
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